jueves, 8 de octubre de 2009

editando pata de perro michoacan

Aún no le agarro bien la onda a esto, así que sigo en construcción, espero que lo disfruten tanto como yo.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

POR CALLES BICOLOR, GUÍA PATA DE PERRO MICHOACÁN.

...y sentada en mi habitación, conté menos de 2 mil pesos.
Eran las 11 de la noche del día martes 22 de septiembre, y mi maleta guardaba ya tres mudas de ropa, toda muy cómoda, sin faltar crema corporal y esmalte de uñas, para al día siguiente arrojarme a la estación de autobuses de la cuidad e irme hacia un destino incierto, un lugar que yo aún no había pensado.

No eran ya las 8 de la mañana, cuando me revolcaba hacia el interior de las mantas, pugnando por arrepentirme a última hora y quedarme tirada todo el día 23, un miércoles cualquiera para alguien cualquiera; pero era mi cumpleaños, así que solo era alguien cualquiera que tenía ganar de celebras huyendo.

Así que luego de vigilar que la batería del celular me rindiera para pasar las próximas muchas horas escuchando canciones por carretera; de mirar que llevara suficientes calcetines de muñequitos como suelo hacer, y de verificar que no me faltara al menos, una credencial que identificara mi cadaver arrojado por algún sicario en el bosque o el desierto, cogí la maleta y partí... muy a pesar de mi madre debo decir, pues según ella, siempre acabo echándo a perder sus planes de reventón, en los que invita a toda la palomilla que me lleva un regalo y se emborracha al margen de mi.

La estación estaba semivacía, claro, ¿quién más que yo viajaría un miércoles a medio día solo por viajar, solo por olvidar? He estado pensando sobre mis hábitos de huida, y la verdad me considero un extraño animal.
Parada en medio de la terminal, que por cierto olía a fruta,  miré a mi alrededor. Mi maleta verde aguardaba el arrepentimiento o el abordaje, así que la llevé rodando hasta el panel de autovías y pregunté a una señorita con chaleco azúl que miraba sin mirar, como quien aprende el oficio de la apatía social y se convierte en una computadora más que trabaja de 7 a 3 que luego coge un bolso gastado de las orillas y aborda el subterraneo, ajena a la provocación de las voces humanas, los olores y el calor, y llega a casa con ganas de sentir que día aún durará lo sificiente para no pensar en que mañana madruga para ir nuevamente al trabajo:

-"¿la siguiente salida?". "En 10 minutos  a Morelia"- contestó.

 Asi es, a Morelia, una cuidad que nunca había visitado en mi vida, una cuidad a más de 300 kilómetros de la cuidad de México. ¿a dónde más podría ir? Así lo quiso la chica del azul chaleco. Después de que etiquetaran la maleta que la identificándola como mia, me puse los auriculares, y a viajar!!!

Me hice de la mejor colección de música dividida en dos, la primera para sufrir, y la segunda para recuperarme; para vivir toda una vida en una sola vida, como debe de ser, ¿o no?
Yo titularía a esta edición musical "pequeña serenata masoquista para principiantes patéticos pero eso sí, muy enamorados" quién dijo que los peores momentos de la vida no pueden ser absolutamente divertidos.
Los primeros kilómetros de recorrido, fueron acompañados por mi amigo Carlos Iván al teléfono; quien no se acababa de creer que su mejor amiga, estaba a sólo dos patadas de salir de la cuidad de México, sin más plan que solo hacer carretera sin mirar atrás. Luego, un poco más conciente de los varios años que llevamos de conocernos, y las muchas peripecias que ha sufrido gracias a mi espíritu despotricado, acabó por llamarme loca, como tantas otras veces, y desearme mucha suerte, y me prometió llamarme cada día, mientras yo me acercaba a la entrada a la carretera a Toluca o no se dónde pero muy lejos de aquí.

Recuerdo que lo primero que extrañé, como todas las veces que me alejo más de un kilómetro de casa, fue a mi perro, que cumplidos sus 4 años de edad dos días antes que yo, se quedó con cara de desauciado en la cama de mi habitación, aún encamorrado y despeluzado como cada mañana que despierta a mi lado. Sonreí, pues si soy capaz de alejarme de lo que más quiero, seguro soy capaz de mucho más, para bien, o para mal.

El boleto en Autovías tiene un costo de 288 pesos, lo cual no está nada mal para correr al primer lugar que se nos atraviese, resueltos a olvidar o recordar... lo que más convenga.
Un panquecito con jamón y queso americano, un jugo de mango y unos cacahuates japoneses, son lo que autovías te pone como "lunch" y que son (sobre todo los cacahuates) bastante entretenidos durante el camino.Yo me senté  a la mitad del autobús, con una gran ventana como panorama, atravesando el sur poniente de la cuidad, entre sus montones de árboles y humedad, luego de pasar por el mini moustruo en el que se ha convertido Santa Fe, devorando a los pobres para engrandecer a los ricos, y llenando de altos edificios esa parte de la ciudad.

Pero luego pasó algo mucho mejor. Se abrió ante mi, no sé en qué población, un mundo de rosas, sí, silvestres, salvajes, como le quieran llamar. Iluminando como en el valle de Heidi la niña de las montañas, el verano en plenitud en los grandes campos saliendo de la cuidad.
Los charcos eran enormes, y casi todo callado, excepto el zoom del viento que se va quedando atrás, y nuevamente la música de mi celular, me daba un viaje con banda sonora no tan original pero igual agradable y entretenida. En ese momento, sonaban THE EDITORS, con una canción que particularmente me parece genial "smokers outside of the hospital doors". Si alguien la ha escuchado, se puede imaginar lo que fue llegar a la parte más explosiva de la canción, y tener imágenes como estas.

Mirando este lugar, y varios de los que le siguieron, estuve  a punto de olvidar porqué estaba allí; dedicarme a pensar que era mejor no pensar, casi desviaba mi atención de la locura de largarme unos días (sin saber cuántos)  hacia ningún lugar, pero la emoción me ganó y seguí recordando que este no era un viaje de placer, que era una huida, una huida de mi sombra, una huida de mis quejas y mis llantos caprichosos, de la voz insistente en mi alma que me repetía una y otra vez, que aquellos valles rosas no eran más que un espejismo y que acabarían difuminandose en cuanto la siguiente canción me alcanzará, entonces...todo seguiría perdido.


Por el camino, se puede visualizar perféctamente la naturaleza en todo su esplendor, los verdes interminables y en todas las gamas; las ovejas color capuchino que pastan en los grandes campos, regadas como si estuvieran sin pastor, el agua que refleja los colores del cielo, y el cielo que refleja los del alma.
Me levanté un par de veces a estirar las piernas, y  luego de cerciorarme de  que el baño de los buses, es igual de pequeño que un huevo, y que un huevo costaría tener sexo en uno de esos (por lo que YO ASEVERO QUE ES UN MITO), y de más de 4 horas de carretera hasta Morelia, al final llegué.
Costaría muchas letras, y la mayoría de ellas se quedarían cortas, para describir lo que se siente tener un pie puesto en un más allá desconocido (y no me refiero al un lugar), y más aún, lo que significa querer borrar huellas, para poder trazar las nuevas, en un regalo de cumpleaños, exigido desde nuestra propia alma para sanar.

La llegada a Morelia, puede, para algunos que no estén a costumbrados a una cuidad así, ser expectacular. Sin embargo, y sin ánimo de restarle belleza a esta cuidad, creo que es un pequeño distrito federal, con, claro, bastante más color y bastante más limpio, eso sí; por que caminar por esas calles tan limpias, y casi ordenadas es un verdadero placer; placer que habría sido más placer de no estar lloviendo cantaros, como cuando llegué... grrrrrrrrrrrr!!!

El taxi cuesta 35 pesos desde la terminal de autobús (unos 1.77 euros) y esta es la primera foto que pude tomar.

Lo que viene después tal vez sea más ilustrativo, véase solo en caso necesario xDDDD.
Luego de cambiarme por unos nuevos tines de la pantera rosa, calientitos y limpios, decidí que no había que perder un minuto, pues muy tarde se hacía ya, y el día 23 estaba comenzando a agonizar.
Las tardes que más nos gustan, suelen ser cortas, breves, como el amor; que tramposa es la vida, estoy a punto de asegurar que el 23 de septiembre siempre dura más, o dura menos de lo que debe durar, pero estoy segura que 24 horas no tiene nunca.
No tardé mucho en escapar del hotel, pues una vez que logré secarme y sentirme con la seguridad de tener dónde dormir, de nada valió tanta búsqueda y salí. No había oscurecido aún, cuando, cual depredador ya buscaba con que saciar mis ganas de reventón jajajajaja. Ubicarme en este lugar ha sido una de las cosas más sencillas que he pasado, por que luego de 4 minutos decidí no intentar ubicarme más; además esta cuidad es realmente sencilla y pequeñita, que suerte no tener que abordar el metro al menos por unos cuantos días. Creo que ese fue el verdadero descanso al llegar a este sitio sin igual.
Busqué por muchas calles, un antro alternativo, con muchas ganas de poder ver en vivo, una banda de indie moreliano, pues no se me ocurría mejor regalo que algo así. Sin embargo, al ser miércoles el FORO, bar que según los lugareños, se encargaba de ese tipo de presentes, se encontraba solo y abandonado, como si no hubiese sido abierto al público jamás.
Volví a salir a la avenida Madero (padrísima por cierto) y busqué una vez más.
Ya había bebido una "chela" muy cerca de la fuente de las tarascas, en un lugar muy nice pero muy gringuis (lo digo por las cocacolas que casi me dejan ciega de tanto mirarlas por aqui y por allá) llamado 50´s, desde el cual, personajes como Marilyn Monroe y James Dean (entre muchos más), montados en las paredes, se asoman hacía la avenida principal del centro moreliano.

Por fin llegué a un lugar muy popular llamado el Zacarías, donde parecen haberse puesto de acuerdo conmigo, y pusieron al 2x1 las bebidas light jajajajaja, y yo no podía hacerle el desprecio a un lugar que me daba la bienvenida de manera tan calurosa ¿no? Entonces colocada en mi mesita de entradaclausuradaescaparaterincón me agasajé formando una pequeña ilerita de coronas light en lata XDD.
No pasó mucho tiempo antes de que la levadura me diera e-levadura y tuve que salir de ahí antes de ponerme risueña o sarcástica. Y con mis huesitos a cuestas me fui a caminar despacio, por calles que quizás por primera y última vez me habrían de ver.
No puedo ocultar haber sentido un vacío, incluso unas ganas enormes de tomar el celular y llamar a quien fuera, no necesariamente un amigo. Pero preferí hacer un S.O.S  a la nicotina, que no sabe fallar; claro, eso hasta que te da EPOC o cáncer, que se le va a hacer.
¿Cómo era posible, llevar ya varias horas en este lugar, y aún sentirme tan lejos? Sé que esas cosas les suelen pasar a la gente que le asusta la soledad, e incluso entran en pánico, pero, ¿porqué si yo busqué mi aislamiento, aún me sentía dispersa sin poder llegar a ningún lugar?
Intenté renunciar a mi fecha, incluso renegué de el pastel que no me comí y seguí caminando, hasta que llegada a la catedral, simplemente me puse a admirar.
¿Cuántas veces pasamos por el mundo sin mirar alrededor? Es tan frecuente que he perdido la cuenta; y sin buscarlo más, la tranquilidad vino a mi, en una especie de paz, en una especie de felicidad pequeñita, como cuernitos de caracol que aún no se dan todo el valor para salir. Con todo y eso, me aferré a ella hasta sentirla crecer, y me supe en otra cuidad.
Como el pajarito que por que se ve una pluma se quiere echar a volar, y acaba despanzurrándose en el piso; me sentí fuerte, quería devorar una noche que estaba a punto de terminar, y quise ingenuamente creer que dependía de mi algo que hacía mucho tiempo no dependía más.
Después de tres tonos en su teléfono y de un "qué pasa?" aún sumergido en el sueño de la madrugada, me rompieron el corazón; y como en las películas de Pedro Infante, comprendí que tenía ganas de emborracharme hasta dormir. Gracias a dios, el oxxo siempre está abierto. Salí a comprar todo lo que pudieron aguantar mis brazos y regresé al hotel luego de fumarme muchos cigarros, por una calle semioscura de la que no vi el nombre al cruzar.
No supe a que hora me dormí, ni supe si lo hice llorando o había dejado de hacerlo minutos antes o minutos después; me hubiese gustado salir a la calle, plantarme ante el primer peatón y decirle "sabes? hoy es mi cumpleaños, y vengo desde muy lejos sólo por que soy una valiente muy cobarde, y la persona que más quiero no me quiere más, y bueno, sólo quería preguntarte si podrías abrazarme un momento por favor"... y seguramente después me habría echado a reir, por lo patético de tan larga frase y de tan profunda verdad.

Así que como muchas otras veces, mi cumple era un fiasco, y por primera vez me lo había buscado yo.
Fue realmente algo increible, no haberme roto el brazo al caer de la litera, pero lo que fue aún más increible, fue despertar con una cruda generosa pero no tan grave como me merecía pasar.
Miré mi maleta, todavía con humedad; mi ropa regada por todos lados entre papeles de no sabía qué, hasta que los revisé y se trataba de publicidad para visitar otros lugares de Michoacán. Por un momento pensé en regresarme, pero para cuando me di cuenta, simplemente no me daba la gana, y sentía unos deseos crecientes de seguir de pata de perro. Sin duda me desperté feliz.

Hice la cuenta económica, para calcular cuánto más podía quedarme en Morelia, y alcanzaba para un día más. Sin embargo ya me había amoreliado mucho y tenía ganas de seguir el camino hasta que no hubiera una vía ni un peso más.
Bajé a desayunar en la pequeña cocinita del hotel, donde me serví a placer mi desayuno continental. Un pan con mermelada de fresa, un café bien cargadito y una breve conversación con una señora gringa muy amable que por todo decía "muicho gracias muicho gracias" y me largué.
Las calles estaban cocinando gente al medio día, incluida yo; pero eso no impidió que paso a pasito, me fuera colando por cada calle que observé muy bien, al menos lo suficiente como para quitarme la ceguera del día anterior.
No sé bien cómo le hice, o de noche en qué metamorfosis me clavé, pero la mañana del jueves creo que estaba menos enamorada que la anterior, más conforme de haber agotado posibilidades, y de haber luchado en la batalla de la que no corrí, por más desventajada que estuve al pasar por ella. Sabía que si no hacía un último intento, habría de arrepentirme toda mi vida, me gusta vivir así, aunque  a muchos les parezca masoquizmo.
Siempre que me voy de pata de perro, el día se me va, en ir baboseando de aquí y de allá, y tengo que correr para poder no perderme de nada de lo que no me deba perder.

El primer lugar que visisté (además de las grandes iglesias que me salían al paso y que fui marcando con una "x" cuando las había visitado ya), fue el museo del dulce (aquí a mi cerebro se le sale un mmmmmmmmmm jajajaa), un lugar por demás bonito, que tiene un aire a juguetería y a infancia por demás obvio (o no?) en donde me lo pasé súper genial.
y aunque creo que al final me corrió XDDDD (venía un grupo grande de estudiantes, ni modo!!!!)

Con mi vasito de ate en la mano, salí a la avenida Madero sintiendome especialmente feliz. Horas después había de darme cuenta, que sería el primer cumpleaños de más de 140 horas de mi vida, la chica triste se había quedado atrás, probablemente esperando un no sé qué que no llegaría jamás.
Mi mapa no se ponía de acuerdo, y me dió un poco de grrrrr, así que mejor fui trazando una "T" para no andar del tingo al tango y acabar molida sin siquiera visitar lo que más me apetecía.
Me tardé muy poquito en agarrar el vuelo, y para cuando me di cuenta, ya caminaba a mis anchas dejando en los muros, estos ojos que estoy segura no los habían mirado así. El calor aumentaba y con ello la sed, mucha cerveza para un solo viaje, si a dos cervezas se le puede llamar mucho alcohol.
Luego de caminar y caminar, pasando por la catedral de Morelia tantas veces hasta que la aluciné, llegué a un increible lugar, sin duda uno de los que nadie se puede perder. La biblioteca pública de la cuidad, un lugar que por raro que parezca, no huele a libro viejo (me hubiera gustado jajajaja) y que a pesar de la oscuridad y la rara distribución de los asientos me parece que se puede leer aquí. Ya sé que a muchos les puede gustar más que les hable de un antro, o algún lugar de recreación nocturna, pero a mi me gustan mucho los libros, que se le va a hacer. Las estanterías hechas en madera, están impecablemente pulidas, y aunque el acceso es restringido, se admiran bastante bien. Pasé algunos minutos sintiendo la tranquilidad de lugares como estos, y hasta recordé alguna parte de película que me hizo reir.
Más tarde, y justo a la salida de los colegiales de las escuelas del centro, que abrían sus portales antiguos para dejar salir como una bocanada de humo a todos los estudiantes de distintas edades que se arremolinarón en las esquinas y en los jardines de los cruceros, llenos de risas y palabrotas que no se atreven a decir en casa a riesgo de que les revienten los dientes (jajajajaja); me encaminé al edificio aledaño, La casa del clavijero, donde en subidas y bajadas de la escalera que tiene un colorido mural, me lo pasé de lo lindo, por que sus grandes arcos y ventanales, están distribuidos en alianza con el viento, y el calor se siente menos en este tipo de edificios.
Los pasillos anchos que dan sin discreción hacia un patio enorme con una fuente en el centro, reflejaban la luz del medio día como si fuese un espejo, donde no había ojo que no saliera huyendo en flashasos verdes posterior a una breve ceguera divertida.
Por cada una de las ventans cuadraditas del edificio, conté cuanta historia se me vino a la mente, más medieval que de la época, en la que igual era la princesa a ser rescatada que el caballero valiente que rogaba a la dama se arrojara desde las alturas a falta de enredadera por donde trepar para raptarla.
Por ratos, el cielo se ponía gris en un ir y venir de presunciones meteorológicas, y al final no llovía. Mas de dos veces me asustó el plomizo del cielo, temiendo se me arruinara el paseito que tan bien iba hasta entonces, pero luego comprendí que el viento aquí juega con las emociones; a tantas horas de haber llegado aún me costaba comprender los caprichos de Morelia.
Aunque sabía que tenía prisa y omití la hora de la comida, no recuerdo correr en exceso, miré por cada ventanita y bajé escaleras, no sin haberme divertido un poco a mis anchas, pues había muy poca gente visitándo el palacio del Clavijero, a no ser por algunos pares de extranjeros que vagaban haciendose tantas fotos como yo.
Luego yo que sé lo que hice, el caso es que seguí la ruta del mapa y llegué a una de las grandes promesas, que de no ser por la vista exterior me decepcionó un poco. El templo de las rosas, tan mentado por cualquier lugareño de Morelia, por su importante papel jugado en la historia y por ser un lugar súper antiguo, del siglo XVIII o algo así .
En el museo del dulce me explicaron, que el actual templo y conservatorio, había sido la cuna del ate moreliano (aquí mi cerebro recuerda que compré ate y que lo tengo en el refri mmmmmm), y que las que lo elaboraban vivían justamente en este convento para monjas, al cual me parece poético le hayan puesto "las rosas", aunque sin duda fue muy triste cuando me dijo la señorita de la visita guiada al museo, que las primogénitas tenían que ser monjas a fuercita, que chafa digo yo, luego por que se quejan de la iglesia. Me dijeron también, que la característica de los recintos religiosos femeninos, era la doble puerta, por la que por un lado entraban, rodeando el templo por la parte trasera, y al que no volvían a ver abierto hasta la entrada de una nueva presa, perdón, monja, y por supuesto eso quiere decir que estaban atrapadas, incluso para realizar sus rezos, que feito, me dieron ganas de llorar, la historia está llena de misoginia.
Luego algo que me hizo gracia, es como tenían encerrados a los santos en mini habitaciones, y un pensamiento humorístico me salió al intante: colocar letreros que dijeran "cuidado, pueden ser peligrosos, hacen siempre, lo que les da la gana, si es que no se hacen los sordos" jajajajaja.Luego en el jardín de las rosas, que está al frente, me senté a beber una rica limonada mineral mientras un grupo de chicos con aspecto roñoso, bailaban capoeria o como se llamé eso que hacen saltando y bailando. Jajajaaja lo de roñoso no es en mala onda, lo juro.
Y directo al mercadito de los dulces regresé por la misma calle por la que llegué a estos lugares. El lugar es caro con "c" de cabrones jajajajaaja pero la verdad está muy bonito, de ahí me traje unas morelianas súper ricas que les recomiendo probar, pero no las de oblea eh?? esas cortan la lengua cañón!!La verdad es que lo mejor está en los pueblitos aledaños, pues como todo, donde más concentración turística hay, los precios se van al cielo como globos escapados de nuestras manos, y que del mismo modo nos dejan con cara de tontitos, en este caso viendo como se vacía la cartera y se nos llena de peso la mochila al hombro.Aquí ya con mucha hambre, me dediqué a buscar el tan famoso gazpacho, una "cosa" que supongo entrará en la sección de postres, ya que está hecha con frutas, jugo de fruta, queso y chile piquín, que por cierto va genial con el calorón que azota las tardes en Michoacán.
De rapidito pasé por la casa del siervo de la nación, osea José María Morelos y Pavón (que imaginación de sus padres eh?), la verdad es que aquí no entré, se veía muy x, y aunque le tomé una foto no creo que merezca mucho la pena ponerla si no ingresé a su casa para poderla describir.
Llegué al hotel, donde ya había dejado mi maleta a resguardo por si las "flies" y en una escapadita me di una ducha rápida para refrescar. Luego de sentarme en la terraza un momento, a trazar la nueva ruta (cosa que no hice por estar embobada mirando a la calle y fumándome un cigarrín), me levanté y me largué a seguir caminando hasta encontrar el modo de abandonar Morelia Michoacán, pues estaba enojada, mi gazpacho lo dejé en el hotel, sin siquiera haberlo tocado!!!
Me hice una foto con el personaje que me guiñó el ojo un día antes bajo la lluvia y me resguardó del frio que esa noche me podría esperar, y adios Hotel San francis...noséqué.
Lo siguiente fue caminar con mi maletota por calles que ya ni me acuerdo cómo tomé. El caso es que acabé en la casa de cultura cuando me subí a un colectivo y al ver el edificio le dije "bájeme aquí, bájeme aquí".
Se me hizo como el palacio del calvijero (aquí seguro van a saltar los historiadores, arquitectos, tururú tururú a decirme que soy una ignorante, pero me vale, a mi se me hicieron muy parecidos) solo que más caliente!!! Aquí pasé poquisimo rato, me estaba cocinando en vida y tuve que huir.

En el fondo de los salones, sonaba la música que tocaba un alumno de piano, que se equivocó 13 veces desde que estuve ahí, bueno, al menos él intenta dominar el alma en pena de Mozart, eso quiero pensar, por que si lo hace por burla seguro se vuelve un genio.
Al final, llegué en una combi a la terminal de autobuses, y para cuando llegué, la gente estaba abordando rumbo a Patzcuaro, ¿¿que suerte no?? Pero una cosa sí, con lo peleona que soy, me daban ganas de esperar el otro para tener tiempo de reportar a la gata que estaba como vendedora del mostrador, tipa más pintada que un payaso y de modales ... grrrrrrrrrrrrrrrr, servicio al consumidor!!!!!
Con dolor de tripitas, pero con la ilusión de un nuevo lugar, abría la ventana lo más que se pudo, para que el viento refrescara mi cara quemada por el sol, y vi desde la altura del bus, como Morelia de fue quedando atrás, con un 23 que cómo muchos años, me había dejado para reir y para llorar.
Y saliendo a una nueva carretera, el cielo se pintó de azul.

En el camino, el bus paró un momento para subir gente en otra estación. Uno a uno los pasajeros se iban colocando en los asientos, yo estorbaba mucho con mi maleta, así que intenté acomodarla, pero al final me quedé sentada solita gracias a la consideración de los demás, lo cual yo agradecí debido al cansancio que sentía.
Me dio mucho sueño al principio, salimos por una parte bastante feita del camino, sin embargo y a pesar de mis esfuerzos, no era capaz de quitar el ojo de la ventanilla. Parecía haber tanto allá afuera que me hubiera gustado conocer cada calle que sé que no volveré a vivir como esta vez.

Luego de unos kilómetros de "urbanidad", el camino se hizo verde, me gustó dejar Morelia atrás, nada más por el puro deseo de volver a ver valles llenos de color. De pronto pareció que iba a llover, y me emocionó poder presenciar tal cosa, pero no, no hubo oportunidad. Al cabo de un rato, las colinas se hacían cada vez más profundas, como personas pensando muy lejos muy lejos, daban ganas de acercarse a escuchar, lo que murmuran esas grandes moles cuando saben que todos las ven.
No tardé mucho en llegar, en un par de horas, con la cara ardiendo por la quemada de horas antes, y el hambre molestándome el humor, llegué a una estación, sencilla y solitaria. Lo primero que vi, fue el gran reloj montado sobre una pared, uno como el de la Coruña, cuando lo vi una y otra vez pensando que no llegaría nunca Fran.
Una señora con dulces y pepitas, estaba sentada en un banco muy alto al salir con mi maleta, se me quedó mirando de un modo muy extraño, me di cuenta que me quería preguntar algo y que se guardó su pregunta, no sé, nunca me han mirado así, sentí hasta pena por mi curiosidad que se quedaba huérfana al dejarla sentada atrás.
Arrastré mi maleta hasta la salida, saltándole las llantas entre el montón de piedras del camino, subí a un taxi que me cobró 15 pesos (1 euro o menos), y llegué al centro en menos de 10 minutos. Las calles estaban húmedas y cálidas. El pueblo de Pátzcuaro se fue abriendo mientras cruzaba por calles y letreros de hoteles y peluquerías, de tiendas y de restaurantes, todos con la misma letra en dos colores, Pátzcuaro dos veces en todo, Pátzcuaro duplicado, uno para mi, uno para ellos.
Lo mismo una y otra vez, buscar hotel dónde quedarme, una actividad que es cansada para algunos viajeros, pero no para mí por que me permite mirar muchas puertas, probar posibilidades, comparar destinos y hasta conocer nuevas gentes.
Entré en no sé cuántos, pero al menos 5 conté, subí escaleras y revisé baños, bajé escaleras y di las gracias, hasta encontrar el sitio adecuado. Una chica en la calle me sirvió de guía, cuando le dije que tenía muy poco dinero y que quería algo limpio y sencillo, ella me condujo hasta la calle espejo, y "espejo" se llamó también el hotel que me vio dormir la primera noche.

Era tarde ya cuando llegué, el nivel de ocupación de el lugar era muy bajo, se esperaba un poco más para el finde, y luego de aventarme un "choro" con el gerente, que si mis tíos se habían retrasado y que llegarían al día siguiente por mí, la habitación me salió más económica.
No había letrero de no fumar, así que mi bienvenida fue un shock de nicotina. No había más ruido en el pasillo más que el mío desmontando la maleta. Me dio un poco de emoción saberme otra vez única habitante de todo el hotel, aunque no lo disfrutara completo jajajaja.
Me habían dicho en la estación, que Pátzcuaro era un pueblito donde a las 10 de la noche el mundo se quedaba quieto, y el hambre no me dejaría permitirme que me diera esa hora.
Estaba muy mareada, había bebido agua en todo el camino, y el calor comenzaba a dar resultados en mi cerebro sin alimento a esas horas. Así que agarré la mochilita y...

Me gusta mucho como suenan las llaves de hotel, sé que es infantil y tonto, pero me gusta mucho agitarlas en exceso cuando me voy y cuando llego, que se escuchen en los pasillos solitarios o llenos de gente, y me gusta arrojarlas a la cama y mirarlas como se quedan ahí, con un número, o dos, o tres, es como renunciar al hogar por un sólo momento, y a mí me hace sentir mucha libertad, emoción y hasta compañerismo, con ese objeto inanimado que significa tanto para mí.

Salí por la calle espejo, y en la esquina, un altar sin santo color rosa, daba la impresión de tener a la espera algo. Caminé por la calle que me llevaría a la plaza principal, plaza  Quiroga según el mapa del pueblo.


Después de preguntar dos veces, si era muy tarde para ir al lago, y que dos veces me dijeron que sí, tomé una combi para constatarlo. En ambas plazas, la gente tomaba algún chuchuluco sentados en las bancas de concreto. La fuente de Quiroga estaba encendida, y los chicos acudían a el único bar de esa plaza,donde había que acercarse mucho para poder escuchar, a un cantautor meciendoce en una melodía propia que no llamó mi atención.

Un señor muy amable, conversó conmigo mientras me conducía hacia el lago, advirtiendome que en una hora el transporte público dejaría de pasar. La vida en el pueblo es apacible, con un matiz místico, que la gente de aquí, a fuerza de vivirlo diariamente, lo ha dejado de sentir.
Por el rumbo de la calzada, los árboles muy altos y frondosos hacía huecos para dar paso a la carretera. Las luces se iban apagando, quedando apenas unas al camino que iluminaban de amarillo el paso de algún peatón regresando de su labor diaria.

El chofer estacionó a la orilla de la entrada del lago, y las lámparas se habían encendido ya; me despedí deseándole buena suerte y él a mi, y me encaminé por el paseo a media luz, desde donde el lago se había quedado en tinieblas. A unos metros se detectaba el ruido que hace una corriente empezada por el viento, y vuelta eco al chocar con el embarcadero, poco visible en una noche de luna caprichosa, que asomaba de vez en vez por entre las nubes de este lugar. Un único local estaba abierto. Impulsada por el aroma que desprendía la comida, guisada para una única mesa, me acerqué. Una señora mayor freía una mojarra y un chico bajito se acercaba de vez en vez. Pregunté si era tarde para cenar, y luego de una mirada que intercambiaron, dijeron que aún me podían servir, cosa que agradeció infinitamente mi estómago castigado después de 12 horas sin comer.

En lugar de ocupar una mesa, me quedé a hacer de preguntona con la señora que muy amablemente respondía a las preguntas gastronómicas que le formulé. Curiosamente había platillos que no figuraban en su conocimiento, a pesar de ser típicos de la región, sin embargo siempre es bueno abrirse un propio camino, y si no era aquí ya sería en otro lugar. El chico bajito iba y venía luego de cersiorarse de que nada faltara en la mesa que ocupaban los únicos comensales del lugar, y entre risas y pláticas me invitaron al día siguiente a pasar a desayunar, una "corunda" y un atole de tamarindo que tanto demandé, y la señora me dijo que prepararía especialmente para mi, si no faltaba muy temprano al local.
Por un momento desvié la mirada hacia un lugar; un tipo "quiosco" donde pensé que algún triste se sentaría a recordar, y que me motivo a nostalgiar a mi, pero lo evadí con la maestría de quien está a costumbrada a plantearse no llorar, aunque las más de las veces le falle el método y suela lagrimear luego de camino a donde sea o sola en la habitación.
Cuando mi cena estuvo lista, me senté en una mesa cerca del muchacho y la señora, para seguir chismorreando desde ahí. El lago de noche no tiene un aroma particular, o es que distraida con la cena caliente no lo pude notar. El chico se empeñaba en un servicio fenomenal, y la señora se ruborizó cuando desde la mesa la felicité.
Con apenas tiempo suficiente para fumar un cigarro, que busqué en el interior de la mochila y defraudada no encontré, decidí caminar el tiempo que me hubiera llevado matarme lentamente con nicotina, e invertir ese tiempo disfrutando de la oscuridad.
Al cabo de un rato, la luna salió, dejando brillos ondulados  sobre el agua. De regreso, hubo que caminar a la avenida, cosa de unos cuantos metros, pero la verdad sí que me dio miedo, cuando detrás de mi no había nadie y de pronto, de entre los árboles un par de señores parecían seguirme; ya luego me eché a reir, seguro iban a tomar también un taxi, aún así, le caminé rapidito. Esperé algunos minutos frente a una cabañita muy simpática al pie del camino, y tuve la suerte de tomar la última combi que iba hacia el centro. Al llegar, como era temprano aún, me fui de pata de perro, no sé por dónde, pero estuvo muy bien.
 Ya en el centro otra vez, miré por segunda y detenida vez, las calles que rodean las plazas, tan diferentes entre sí. Mientras la plaza quiroga es sería y grande, como un señor enojado que da la impresión de aguardar la edad, la plaza bocanegra, es decir, la conocida como plaza chica, es más pintoresca, pequeña y acojedora, aunque también haya que destacar que mucho más... "popular" por llamarle de alguna forma.
En la plaza Quiroga, se guardan las formalidades como de otra época; debajo de los árcos, las hileras de mesas puestas por las cafeterías se llenan de gente mayor. Los hoteles aquí son más caros que una calle a la derecha, donde la plaza "chica" mira pasar día y noche  a vendedores más accesibles.
Fue en uno de esos bares que me pedí un tequila, y que luego su mellizo acompañó; con dos tequilas encima se me quitó el frio que ya comenzaba a hacer, y cuando sólo me alcanzó para una cerveza, también me la pedí. Le dí vueltas a la etiqueta, luego poco a poquito la desprendí. Estaba en ese lugar sin apenas escuchar nada, sin mirar a las personas, sin pensar siquiera en mí. ¿Qué hacía una chica como yo, bebiendo una cerveza? Nada más, solo bebía una cerveza, acompañada de la persona más leal que he conocido para mi persona... yo misma, yo misma.
Al salir caminé una vuelta por la plaza, y luego me fui muy despacito hacia el hotel, mirando casi siempre hacia arriba, recordé la canción d elos fabulosos cádillacs "siguiendo la luna no llegaré lejos..." ¿y si ella me seguía a mi? estaba borracha, o lo quería estar.
Pensando en esas cosas, me pasé derecho, y vi una tiendita, donde entré y me pedí "dos chelas" que sacaron de un refrigerador que parecía empeñarse en hacer apecetible una bebida a la que nunca le he tenido mucha convicción. Mi economía no me permitía más que pegarme unas borracheras de bajo coste, pero no me importó.
Mis amigos simepre dicen que soy como un loro, hablo siempre más delo que debo de hablar, y fue así que la señora de la tienda me acabó dando una propaganda para asistir al día siguiente a una convención, de la cual no tuve ningún interés, pero con tal que me dejaran llevarme los envases y devolverlos después, le dije que sí, no dispuesta a renunciar al atole de tamarindo que la señora del embarcadero prepararía al día siguiente para mi.


Pasé media hora intentando abrir las cervezas con el ence-prende, como sulene hacer muchos chicos; a mi la verdad siempre me ha dado miedo que se me reviente y me prenda la mano, bueno igual y eso no pasa pero que miedoooooo!!!
Luego intenté con la ventana, luego con la puerta, luego ya no sé ni con qué, y cuando me tiré en la cama, desesperada de no lograralo, miré al espejo... Sí, se pudo con el espejo. ¿Cómo? ¿Pues cómo creen? Me hice de ayudante de herrería, y en un huequito simplemente "SPLATS" se abrió, jajajajajajaa.

Como a las dos horas de haber llegado al hotel, un ruidito me hizo levantarme para fisgonear por el huequito de la ventana; un par de tipos con pinta de matones se instalaron en el cuarto delante al mio, no necesito especificar el miedo que me dió ¿o sí? Puse la silla atrancando la puerta y me dormí sin música, cosa que no me gusta hacer, pero más vale una noche sin notas músicales, que no darme cuenta cuando me llenan el seso de plomo confundiéndome con la reyna del sur, jajajajaaj es broma, pero por si las moscas no?
Aunque tardé un poco en dormirme, al día siguiente me sentí genial.

A esa hora ¿m seguría esperando mi atole de tamarindo? Que pena me dio habérmelo perdido. Aún los museos no abrían, pero una calle me llamó la atención. En la distancia de miraba como algunas personas venían cargadas  de flores y ollas, no tardé en llegara allí. No es habitual mirar una mañana tan linda, tan llena de color, el sol como si aquí fuese más brillante, aún hacía un poquito de frío, pero yo no había traido más que mi sudadera, y se me había mojado la noche anterior.
Como bien sabemos todos, una imagen dice mas que mil palabras. Y si la imagen no bastara...
Olía a fruta que las señoras habían puesto en ponche, el vapor de los botes de corundas se escapaba cuando las vendedoras abrian para extraerlos con las manos. Una mujer se hacía lios en una mesa por tanta gente, sirviendo un tipo de pozole que nunca antes vi. Muchos señores muy viejitos, sentados en las aceras o en el piso, tomaban plácidamente un baño de sol. Otra mujer acomodaba los jarritos por tamaños y colores y ofrecía a cuanto pasaba figuritas de barro pintado a mano, decía "de quiroga, pásele usted".
Luego me enteré que es esta misma placita, los domingo se lleva a cabo el "trueque" cosa que pensé ya no se practicaba más que en pueblos mucho más remotos del país. Hubiese sido tan interesante vivir una experiencia donde el dinero no es más que papel.


De nuevo en plaza Quiroga, mi mapa me daba señales falsas y mi estómago verdaderas. A pesar del hambre, suele pasar que se me atraviezan cosas que considero menos... pacientes; y así pasó cuando mi mapa marcaba como destino, el Palacio de un príncipe. No marco el nombre por temor a equivocarme, pero sin duda fui con gran ilusión a mirarlo y sali de ahí con un hueco en el estómago más grande del que llevaba cuando entré.
Siempre he creido que en muchos mexicanos, se esconde cierto grado de verguenza por su propio origen, y curiosamente, aquellos que suelen ocultar más sus raices, son los que más las dan a mostrar.
Entrar por el "palacio" por un pasillito estrecho lleno de carteles que anunciaban puestitos y baños públicos, fue para empezar devastador. En un jardincito cuadrado recubierto de pasto, una fuente sin funcionar estaba húmeda por la lluvia de el día anterior. El sol  iluminaba la cara del deterioro en las paredes, y la gente que vendía sus artesanías, se asustaba, fastidiada, los moscos de hierba que rondaban a sus costados.
Comparé en mi mente este viejo palacio, con los arcos coloniales que se levantaban unos metros a la salida, tenía ganas de gritar.
Comparé las ruinas que quedan por espíritu,a  todo aquel, nacional o extranjero que reniega del país que le vio nacer; y la alegría de quien mira cada cosa como una cosa puesta en su lugar, como una historia que tiene mil modos de contarse, apreciando la belleza implícita en cada destino para llegar, su lugar sin fronteras, un cuidadano del mundo, mira cada cosa, como suya, y cada cosa le sabe llegar.


Quise no pensar, y no pensé.
Caminé algún rato por la plaza, hasta que el hambre me despertó. Como dicen que las penas con pan son menos, me fui a la palza chica a desayunar. Desde la esquina, los puestitos con plásticos color azul, se vuelven de lo más habitual. En mi cabeza rondaba la idea, de las un día antes mencionadas "corundas", un tipo de tamal hecho de maíz, pero con un sabor y una forma distintas a los habituales.
Frente a la farmacia, una señora que vendía churros rellenos me contó, que las mejores corundas las hacía "la señora de trenzas, la más mayor". Sin duda hubiera prescindido de la recomendación, las señoras mayores son siempre las que mejor cocinan.
Entre otro puesto de corundas y uno de chácharas hippies que se encontraba también, la señora de las trenzas sacaba con habilidad, las hojas de maíz calentadas por el vapor sin apenas quemarse las manos. En un bote de aluminio, un atole de masa se calentaba lentamente, y en una tinajita, unos platos de colores que servían para las corundas. "¿Platos?", me pregunté; nunca he comido el tamal servido en un plato, es decir, no necesariamente. Cuando me acerqué saludando con un "buenos días" (sorprendida de mi misma pues no sé hacía cuantas semanas mi saludo era siempre un buenas tardes), la señora de las trenzas grises me sonrió. Pedí que me sirviera una corunda, luego de que me hablara de las dos variedades; es decir, corundas rojas y corundas rellenas de queso.
Me senté en la tapia saliente de una vieja puerta, la mañana estaba fría todavía, a pesar de que el sol llevara ya un rato en el cielo. El atole casi sin azúcar llenaba de calor mi barriguita, y el paso de las gentes, de alegría mi corazón.
Hablé mientras desayunaba, con la señora de las corundas; de lo difícil que se hace la vida en este pueblo, del poco apoyo del gobierno, de la tristeza de ver partir a los hijos adolescentes hacia el país vecino, de lo caro que se vuelve todo acercándose al centro del país. Me platicó de una hija que borda su vestido, por que no le ha alcanzado el dinero para comprarse uno de los de manta, que se bordan ya en grandes fábricas y no a mano como se hacía antes. Me ha dicho que en este pueblo se vive tranquilamente preocupado, o preocupadamente tranquilo, agregaría yo cuando le miro los ojos.


 Cuando más gente llegó a comprara corundas, y la señora de las trenzas grises ya no pudo platicar, me levanté y pagué mi desayuno, deseando buena suerte en silencio, a esa señora que sonreía de manera natural; y me encaminé a un par de destinos que marcaba el mapa del pueblo.
Había pocas cruces marcadas en él, el camino era largo y el sol generoso, ya no tenía frio.
Caminé por varias calles antes de llegar a un lugar sorprendente. Echando a volar mi maginación me pregunté, si sería posible que este lugar hubiese sido redescubierto. En esa historia que imaginaba mientras sacaba fotos, la gente se había ido hace muchos años, dejando un pueblo bañado de luz, en la humedad eterna. Los musgos habían habitado las paredes, la pintura se había desgastado, como un reclamo a todo dominio de la humanidad sobre la belleza, sin que ésta sea nunca totalmente conquistada.
Luego ellos regresaron, y volvieron  a llenar de ruido las calles, a habitar las casas y edificios antiguos, a poblar los recintos y las escuelas, a regar sus tristezas por las tardes.
Las iglesias volvieron a sonar las campañas, y ellas lloraron el retorno asustanto a las arañas. Las torres de las iglesias se callaron y dieron paso a los palomares, con sus "currucucu" eterno, de esas palomas que siguen a los hombres.


Al llegar al sagrario, los ocres volaron hacia mis ojos, era posible mirar la mano del tiempo, siempre besando la actualidad, sin embargo los besos, nos hacen desaparecer, perdemos el nombre, nada vuelve a ser igual.
Dentro de este templo, se encuentra una valiosa pieza que ha pasado desapercibida, por lo que parece, por muchas personas que han estado aquí. Se trata de un retablo barroco, situado en la parte lateral casi de frente a la entrada. En él se pueden mirar pinturas antiguas, que de ser una especialista o al menos conocedora de la materia seguro podría explicar mejor, pero no lo soy. Debo agregar que como experiencia personal, no me gusta la "pintura" que tiene en el centro, se trata de una monja o algo así, mucho más contemporánea que el resto de la composición.
 Me senté en medio de la duela de la iglesia, sintiendo las tablas desniveladas y duras en el trasero; la luz entraba por la puerta lateral, calentando la madera de las bancas contiguas y opacadas por el tacto de los fieles que entraban a rezar.
Pocos eran, tengo la seguridad, ha pasado tanto tiempo desde que la fe era un asunto serio. Hoy en día la fe se manda por mail.
Sentí pena por todos los santos, por las vírgenes trepadas en sus nichos, por cristo esperando cada día con la misma esperanza con la que se dejó crucificar sin llegar a decir ni pio. Todos ellos esperando con sus caras de sufridos, a que alguien entrara a decir "¿porqué a mi?"
Ya nadie quiere preguntarse nada, ya nadie quiere voltearse el alma como un calcetín, discutir sobre el porqué les pasan las cosas, porqué sus ilusiones les matan, si es que aún se las permiten tener. Las respuestas son crueles pedradas, los silencios de todos estos santos son una tortura reiterada, "porqué porqué, porqué" tantos ecos de una misma pregunta. Soñar era bueno en esos tiempos, ya no en estos. Cuánto conformismo solemos guardar los seres humanos, nos rompen un sueño y ya ni nos quejamos, simplemente jorobamos y metemos la cola entre las patas, para huir, para cerrar los ojos, no quiero huir, no quiero ser un perro asustado.
Cusndo hubo pasado un buen rato, y el sol siguió su curso en el cielo y el hambre de seguir caminando en mis ganas, me levanté. Luego de pensar un poco en este tipo de cosas, una no vuelve a sentirse la misma, nada es igual, será por eso que la gente nunca me llega a conocer, lo único que me alegra es que yo tampoco les conozco.
Segui mi mapa, o hice que lo seguía solo por el placer de colocar crucesitas en los lugares visitados, como cuando somos niños y aunque no nos guste dibujar, nos entusiasma un paquete de colores nuevos, que hasta resulta que tenemos talento.
Las calles bicolor de Michoacán, tienen en sus rincones miradas que se meten en nuestra historia, algo de ellas nos sana por dentro, algo de su humedad nos fortalece por si que tener que volver a llorar, a media tarde me di un tiempo para poder no pensar a mis anchas, para poder dejar en esas paredes desgastadas y tocadas por un sol casi irreal mis pensamientos que amenazaban por aparecer sin siquiera darles tiempo de decir "he llegado", en mi planeta nada llega, en mi planeta todos pueden ser extranjeros de toda la vida.

Podría seguir hablando de lo que es tomarse una foto frente a una casita bicolor, lo que es mirar a una señora muy viejita cruzar la calle con una bolsa llena de cacahuates, incluso, con un poco más de memoría, les contaria que en el ambiente seguro hay más de 3 tipos de flores, sin llegar a adivinar nunca en mi vida que tipo de flores son.
Pero ha pasado tanto tiempo desde entonces, que la memoria suele mutar. Este blog comenzó a escribirse haciendo de mis dedos sus esclavos, como cuando escribo poesía y no me queda más que aceptar que no tengo más remedio que escribir, pero ha pasado tanto tiempo desde que ese aroma, desde que esa ventana, desde que aquella viejecita pasó, y el modo en el que muta la memoria, es mucho más inalcanzable cuando ha transformado incluso nuestra manera de sentir.

Aquella tarde, tenia los ojos llenos, llenos de visiones, llenos de tantas cosas que se miran, que se dejan atrás. Esa tarde creí que nunca más volvería, que apesar de cruzar la puerta de mi casa, algo se me quedaría en este lugar, no por ser particularmente este lugar, si no todo lo que representaria para el resto de mi vida.

Cuando me dio el medio día, las plazas estaban vacías, sólo la gente que va al mercado y que hace la compra, pocos aquellos que llegaron tarde a la hora de la comida. Yo llevaba dos dias siendo mi propia familia, la chica que hacía dos días huyó dejando atrás cualquier aviso de tener a alguien en el mundo, aunque lo tenía.
Las paredes llenas de musgo en Pátzcuaro me recordaban que había huido, que si estaba aquí era por cobarde, pero no me dio verguenza, creí que a pesar de todo, estaba en un lugar dostinto, por que huyendo también puede uno encontrarse.

Hice 20 minutos hasta el lago, y lo primero que hice al llegar fue ir a disculparme por mi inasistencia al desayuno, prometí no me perdería la cena, y luego que la señora de la noche anterior me dijo que no me preocupara, me encargué de embarcarme en una lancha que me llevaría a la isla de Janitzio.
Tardó medía hora en llenarse, se fue adornando de canastas que señoras mayores y niños traian cargando y depositaban en las "mesas" centrales, olía a fruta y a tarde, a gente que hace cosas diarias y mis enteras ganas de mirarles largo rato, hasta que mi mirada despertaba su incomodidad y mi timidez me hacía girar la mirada hacia otra parte.
De rodillas miré durante todo ese tiempo, el agua color marrón de este enorme  lago mecerse con los lirios, un par de "garzas" picaban bichitos en la orilla, alejadas de los humanos como todo animal inteligente. Un señor comenzó a tocar la guitarra, y luego paso con un botecito metálico pidiendo una cooperación voluntaria. Los niños hacían sus ruidos de siempre, risas y risas que los adultos aprendemos a ver como todas iguales, sin que si quiera se acerquen una a otras en apariencia.

Un par de adolescentes con el uniforme de la secundaria de besaban de vez en cuando, ella le abrazaba muy fuerte y el le buscaba los labios, recordé no sin cierto asombro, que cuando estuve en España no vi nunca a nadie besarse, y que Fran dijo una vez que veíamos un programa donde una pareja se besaba "que asco, lo hacen con lengua" y que también le dije que le enseñaría a besarme.
No me di cuenta hasta que un a ráfaga de viento me heló una lágrima caida, y miré directo al sol hasta ver lucecitas verdes que me hicieran llorar de una vez los dos ojos.

Cuando el motor de la lancha encendió, regresándome a el momento, me coloque sentada otra vez y noté que me dolían las rodillas, el sol estaba inclemente, dorandome la cara como en Morelia.
Dejé pasar unos minutos, y luego las fotos una y otra vez provocando la curiosidad de quien venía a bordo.

El camino fue mucho más largo de lo que hubiese pensado, así como una isla se ven los sueños, cerca, muy muy cerca, pero en realidad el agua es engañosa, y las corrientes siempre hacen su trabajo. Tardamos algo así como menos de una hora antes de llegar al muelle, una fila de bloques de concreto flotantes (si que raro no se explicarles, no soy ingeniro), que al bajar se movian todas y que mi falta de costumbre me hizo pensar que me había mareado.



Si supieramos que de cerca las cosas siempre son tan distintas, si hubiese un cartel que dijera "conoceme para no quererme" tal vez tomariamos precauciones, pero tampoco el amor existiría.
No sé que pensaba cuando abordé ese bote, creía que llegaría a una isla llena de magia, a ese lugar que en la televisión pasan y pasan el día de muertos, la magia de pueblos como Janitzio.
Sonaba tan poético el hecho de haber una comunidad sobre el agua, alguien que cruza un lago cada día para hacer una labor diaria, gente que a las 10 de la noche se queda flotando entre sombras, con el ruido innegable de la corrinte rompiedo en diminutico en la orilla, pero no, la isla era pobreza.
La escases en todo sentido, la gente bajaba de la lancha sin prisa, como impulsados más por una costumbre, mi sorpresa no era a mi decepcionada de la isla, era mi decepción al darme cuenta a los pocos minutos, que no sólo en Janitzio suceden estas cosas, que la gente no acelera la llagada a casa, por el impulso del cariño que siente hacía sus días comunes en un hogar, si no por el deseo del descanso, la prisa por llegar a una cama, que imagen más llana.

Agradecí infinitamente escuchar casi al momento, la musica del agua y las risas de los niños, no era un dia para perder la esperanza en las gentes, por más que estas se empeñaran en rondar a mi lado como avispas furiosas.
Un niño con la barriguita morena, se acercó a mi y me extendió la mano, me ofrecía llevarme a "algún lado" a cambio de una moneda. Saqué de mi bolsillo las que traía y lo vi alejarse por el muelle corriendo descalzo.